lunes, 11 de abril de 2011

El rescate del Banco de Papá y Mamá

Fuente: kiosko.net
Portugal ha tirado la toalla -que chiste más bien traído, ¿eh? Pues no soy el único. Vean si no la imagen que ilustra este post o alguno de estos enlaces-. El caso es que nuestros vecinos lusos han pedido el rescate de la Unión Europea. Dice el refrán que cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar. No sé si España debería aplicarse ese cuento, aunque según los expertos no va a ser el caso. Más que nada porque nuestro Gobierno ha hecho casi todo lo que papá Europa y mamá Merkel han dicho. Es que Zapatero es muy obediente, sobre todo cuando y con quien le conviene.

Pero no voy a aburriros con política y economía. Prefiero hablaros de un tipo de rescate más cercano y común para el ciudadano de a pie: el rescate del BPM, el Banco de Papá y Mamá (y cada día el de más gente, que diría Matías Prats). Yo soy un joven emancipado que hace tiempo le declaré la independencia a mis padres. Al principio todo iba bien y con mi trabajo podía pagar el alquiler del piso y sufragar los gastos cotidianos. Pero llega un momento en que te quedas sin curro y empiezas a cobrar el paro. Y llega otro momento en que se te termina el desempleo y te vas quedando sin fondos poco a poco. Hasta que se encienden todas las alarmas y tienes que pedir ayuda externa para hacer frente a un déficit cada vez mayor -qué de palabras estoy aprendiendo con esto de la crisis-.

Como sabía que si le pedía un rescate a la Unión Europea o al Banco de España lo único que iba a conseguir a cambio sería un aluvión de carcajadas, lo que hice fue acudir al BPM solicitando urgentemente una inyección de liquidez. La ventaja que tiene mi rescate frente al de Portugal, Irlanda o Grecia es que mi acreedor no me va a pedir intereses por la ayuda económica. Es más, lo más seguro es que me acabe condonando la deuda. Al fin y al cabo, todo queda en familia. Y la familia es lo más importante, ya lo dijo Al Capone. Claro que de seguir así la cosa este rescate puede desembocar en una desaparición de mi sede social y en una vuelta al redil. O parafraseando aquel anuncio de turrón: “Vuelve, a casa vuelve, por desempleo”. Esperemos no tener que llegar a tal extremo.

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